Cargada estoy de deudas.
Mi periplo es eterno.
Entre la muchedumbre de pesadas rutinas
mis pasos sigilosos se revelan inermes
ante una silenciosa invasión de recuerdos.
Los amigos que tengo
-que son como regalos
de la diosa inconstante que rige nuestros días-
empiezan a estar hartos de mi mente dispersa
entre la hiperactiva turbamulta que invade
mis velas y mis sueños.
Ya no sé que decirles,
no puedo hablar con nadie.
Yo,
que tanto sabía,
los idiomas me fallan…
Solamente mi perra comprende mi lenguaje
y se encoge con miedo arrimada a mi sombra.